jueves, 4 de septiembre de 2008

La medida de las Industrias Culturales de Chile

Una sorpresa fue el resultado del estudio que hizo Aserta Consultores junto a el Instituto Nacional de Estadísticas, a pedido del CNCA, el cual afirma que el aporte que dan las industrias culturales al PIB de Chile es de un 1,3%, más que la industria textil, de pesca y de agricultura. Considerando que este estudio sólo abarcó los productos de los sectores culturales audiovisual (TV, radio, video y cine), música y libro, y dejó fuera a las artes visuales, a la danza, el teatro y la fotografía, Arturo Barrios, subdirector del CNCA compara resultados con países desarrollados y ve con optimismo la estadística: EE.UU. 3,3% Francia 2,8% Gran Bretaña 5,8% Canadá 6,5% Australia 3,1%, y dice, “no estamos tan bajo”, pero no toma en cuenta que en éstos países se separa a las industrias culturales de las de entretención, distinción que los chilenos todavía no empezamos ni a discutir ... ¿vale incluir la educación y la publicidad en el mismo saco?



A pesar de esto, este estudio busca enfocar la atención de los gestores culturales, estatales y públicos, en grandes desafíos. Primero está la centralización de la oferta cultural, y es el servicio público quien debe asumir parte del problema de distribución, pues la entrega de fondos concursables está concentrada en Santiago, Valparaíso y Concepción. Y Barrios lo reconoce, “tenemos que hacer más esfuerzos y desplegarnos más”.
El gerente general de la consultora Aserta, Hernán Frigolett, comprueba este fenómeno desde el punto de vista de la producción de estadística básica, y depara que, si bien se recoge la información en regiones, el procesamiento y la disposición queda después en Santiago, y cuenta también cuando hace años atrás le tocó trabajar con la Universidad de Antofagasta, la que “para poder realizar estudios, sobre su realidad regional, tuvo que venir a Santiago a buscar toda la información y llevársela para allá”, y luego comenta, “a esos niveles llegamos de centralización.”


Para próximos estudios el reto será, entonces, obtener el aporte cultural de cada región al PIB, un trabajo del que Aserta ya está preocupado desde la perspectiva de la demanda. Junto con el CNCA, analizarán cuál es la demanda de servicios culturales en los hogares, y por primera vez, lo harán con insumos del INE que están regionalizados, los que ven la estructura del gasto de los hogares, a través de la encuesta de presupuesto familiar. Con esa información distinguirán qué pasa con los distintos grupos socioeconómicos y si hay algunos eventos que son transversales o no. Lo otro que se está haciendo, indica Frigolett, es que “ver, forzosamente, dentro del sector público, donde hay también una demanda, ya que casi todos las municipalidades hacen alguna vez en el año un evento cultural y se gastan recursos públicos para financiar esas actividades, y eso, como es información comunal, es muy difícil de conseguir por la centralización”


Otro aspecto que deberá ser afrontado es que la industria cultural inserta en la economía tiene muchos productos que no tienen un precio de mercado, que no se venden, sino que se entregan al público financiados por otras vías. Y para poner un precio está la metodología en que todo agente que ofrece un producto, lo venda o no, incurre en costos económicos, asigna tiempo, una capacidad productiva y compra insumos, etc., sumando estos factores se aproxima un valor, pero al llevar esto a la producción cultural, queda un factor sin ser medido, quizás el más importante en una obra creativa, que es el valor agregado que da la calidad estética.


Jaime Meneses es el director ejecutivo de Amigos del Arte y expone su teoría de que en una sociedad de mercado los productos valen lo que la gente está dispuesta a pagar por ellas, pero desde el punto de vista cultural, existe una contradicción, ya que en Chile las personas tienen el mal hábito de no pagar por ver a sus artistas, salvo que sean internacionales. Se han acomodado en el excesivo paternalismo del Estado y de las corporaciones privadas que organizan actividades gratuitas, pero Meneses está en contra de esto, “es dañino porque los creadores e intelectuales tienen derecho a vivir dignamente de su trabajo, además, los fondos y concursos nunca van a ser suficientes para mantener a todos los artistas del país, éstos tienen que ser capaces de desarrollar fuentes de ingreso por la venta de sus productos o servicios culturales.”


Sin embargo, el experto en cuentas nacionales descarta que el subsidio estatal a la producción cultural sea una práctica paternalista ya que es fundamental en el proceso de producción cultural donde hay etapas llamadas “de producción sumergida”, que son las iniciales en que no es posible mercantilizar el producto y cobrar por él, y cuando aflora el carácter cambiario de la obra o servicio, no es posible recuperar el valor de toda la cadena de producción, porque el costo de la cultura no lo financia un país del estándar económico que tiene Chile.


Por esto, Frigolett señala que son los fondos públicos los que permiten que se vaya creando una masa crítica creativa, varias generaciones de productores artísticos que vayan consolidándose en el mercado, que vayan teniendo una estructura más permanente y de organización industrial, que desarrollen una industria cultural creativa. De este modo, y en la medida que Chile llegue a niveles socioeconómicos más avanzados, esta industria va a ser autosustentable.

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