El costo y la complejidad de producir una película hace que el cineasta tenga que buscar asistencia financiera y técnica en distintas fuentes. Para que una película recupere su costo, es necesario mucho esfuerzo para obtener un trato que signifique la mayor distribución posible. De hecho, un productor o productora independiente consume mucho tiempo de su vida ideando formas para encontrar dinero y audiencias.
Para lograr que una industria audiovisual se desarrolle, el oficio del productor de levantar financiamiento de un proyecto cinematográfico es primordial y debe ser tomado en serio, como arte en sí mismo. De este modo, surgirán cineastas con instinto creativo y comercial, que vivirán entre la tensión necesaria de ambos aspectos de su trabajo, pero al fin, podrán subsistir de la producción de una industria audiovisual estable y diversa. Una conciencia del negocio cinematográfico que en Chile está recién prendiendo.
Louis B. Mayer, presidente de la Metro Goldwyn Mayer entre 1924 y 1951, fue quien contribuyó ampliamente a que los productores intervinieran en los rodajes, pues antes, durante el cine mudo el director tenía completa iniciativa y libertad para trabajar a su gusto, a riesgo de ser sancionado posteriormente. Mayer, quien había empezado dirigiendo una empresa de recuperación de chatarra, hizo de la major del león "una casa en la que los directores y actores -actrices sobre todo- eran sus hijos, y que descansaba principalmente en el star-system. Se decía que había contratadas en la MGM más estrellas que en el cielo." (Michel Chion, en El Cine y sus oficios)
El star-system aseguraba el éxito de una producción dependiendo de la popularidad de los actores y actrices que participaban en ella, así los productores disminuían el riesgo de perder la inversión, gracias a la mitificación que crecía en las mentes del público sobre personajes ficticios encarnados por actores y actrices como Greta Garbo o Clark Gable. Este método se mantiene aún a pesar de su superficialidad, aunque tampoco ha mostrado buenos resultados en las últimas décadas.
Después, el sistema se fue enriqueciendo y dejando en el camino las actitudes excesivamente paternalistas de los productores a su elenco. La coproducción es la nueva fuente de financiamiento difundida en Europa desde mediados del siglo pasado. En Francia, Italia, Alemania y España, los acuerdos entre sociedades audiovisuales extranjeras se arraigaron ante la necesidad de repartir los riesgos de inversión, y de ampliar las opciones de mercado, y según varios expertos, se crearon también con el objetivo de hacer resistencia al imperio cinematográfico hollywoodense.
Las ventajas de realizar una coproducción son dos principalmente: la película adquiere multinacionalidad, y a la vez, tiene pleno derecho a recibir los beneficios que conceden los países a sus producciones nacionales, pero antes, cada productora debe adquirir un certificado que dan las autoridades fílmicas correspondientes, presentando una serie de documentos que acrediten la realización del film y el acuerdo entre los involucrados.
La popularización de este sistema ha obligado a que países establezcan acuerdos legales de coproducción con otros. En Chile, el Consejo Nacional de Cultura y Artes, ha firmado convenios con cinco países, Argentina, Venezuela, Brasil, Canadá y Francia, sin embargo, igual se hacen coproducciones con España, México y Perú, por dar ejemplos.
Otro aspecto de las coproducciones, y el eje polémico del asunto, es cómo se pacta el equipo técnico-artístico, y cuáles son las proporciones de participación financiera de cada nación. Desde el punto de vista cultural, hay películas con un elenco formado por combinaciones de actores de diferentes nacionalidades, algo parecido al star-system, y esto, a veces, resulta bastante artificial para el espectador, aunque en otras, se consigue dar fluidez a la narración, pero es muy difícil armonizar las relaciones interculturales que se dan tanto dentro del argumento, como en la producción del film.
El caso más recordado por sus contrastes raciales es el de “La casa de los espíritus”, estrenada en 1993, película basada en la novela de Isabel Allende, coproducida por Dinamarca, Portugal y Estados Unidos. Era un proyecto muy ambicioso, de partida la historia lo es al narrar 45 años de una familia chilena, poderosa y turbulenta. Pero su producción fue más dificultosa aún al exigir la presencia de actores de cada uno de los países participantes, más algunos mejicanos que hacían de servidumbre y de revolucionarios, el inglés Jeremy Irons como protagonista, y el español Antonio Banderas, entonces ya encasillado como latin lover.
Finalmente, este mix de estereotipos interculturales resultó decepcionante, la adaptación recibió muy malas críticas, y los expertos llegaron a declarar que las coproducciones de este tipo fomentan los clichés, y contribuyen a la pérdida de marcos históricos y territoriales, e incluso “que es necesario exentar a las coproducciones de un estudio exclusivo de los determinismos económico y tecnológico, puesto que el valor del producto se sitúa en la transculturalidad que caracteriza el espacio híbrido que lo compone”*, es decir, es importante tener en cuenta, aparte de la ayuda económica, que el resultado es híbrido en forma y contenido, y cuáles son las posibilidades de creación que se ofrecen a los realizadores cuando trabajan en un proyecto de coproducción.
Este segundo semestre se estrenan tres coproducciones en Chile, “El Brindis,” coproducción chileno mexicana, dirigida por Shai Agosin, “199 Recetas para ser feliz” coproducción chileno española, dirigida por Andrés Waissbluth, y “El cielo, la tierra y la lluvia”, coproducida por Chile, Francia y Alemania, dirigida por José Luis Torres Leiva.
Teniendo en cuenta la ficha técnica de El Brindis, que fue filmada en Valparaíso y Santiago; su director es el debutante Shai Agosín, conocido por conducir “El Club Disney” en Canal 13; el guión es del escritor chileno Roberto Brodsky; la producción general estuvo a cargo de Jirafa y de su ejecutivo Bruno Bettati; los protagonistas son tres, Francisco Melo, la actriz mexicana Ana Serradilla y el argentino Pepe Soriano. La cinta es técnicamente 70% chilena, independiente de dónde salió el financiamiento, y, al parecer, hay equilibro entre el instinto creativo y el comercial de sus realizadores. (En la imagen, tomada por Nacho Prieto, está Bruno Bettati y algunos integrantes del equipo de Jirafa en la producción de El Brindis.)
Por ende, si las coproducciones se convirtieran en la catapulta del cine chileno y su industria, habrá que admirar entonces, la astucia y talento con que se consigue el financiamiento de una película, pero sin desmerecer el éxito artístico o incluso el comercial, "en el mejor de los casos, este arte se pone al servicio del placer y la creación” (Michel Chion).
*LAS COPRODUCCIONES CINEMATOGRÁFICAS, LUGARES DE ALTERIDAD Y DE NUEVAS INVESTIGACIONES, de Gloria Moreno Pérez, publicado en la red de cátedras de UNESCO de comunicación.